Yo tenía un casco de bici. Un casco bastante molón que me compré porque tenía una pegatina chiquitita que decía «Amo mi cerebro».
Y aunque no tuviera esa pegatina, que además estaba escrita en inglés, el casco en sí mismo era bien de guapo.
Y yo era feliz con él. Teníamos muy buena relación, íbamos juntos a todas partes, nos agarrábamos de la cabeza, paseábamos en bici…, vamos, lo que se dice una buena pareja muy bien avenida.
Hasta que un día un buen colega me dice «Oye Ángel, tú con lo bien que dibujas ¿por qué no te customizas el casco?»
Y más que una pregunta fue como un bofetón en toda la cara.
Mi casco y yo nos miramos a los ojitos, nos pusimos cariñosos y tontorrones, y de ese momento tórrido de pasión volcánica nació (y no fue en 9 meses, fue mucho más rápido) una nueva versión del casco.
Maemía maemía….
Desde ese momento el casco está orgulloso y feliz incluso cuando no va sobre la cabeza. Que hay mucho casco por ahí que, cuando se baja de la testa, se pone triste y se siente abandonado.
Y ahora mírame a los ojitos y dime que no quieres tener un casco único, personalizado, sólo para ti, exclusivo, maravilloso, delicioso, sexy y poderoso.
Si has llegado hasta aquí a través de las procelosas aguas de internet, o por azar, o porque te lo ha recomendado alguien que te quiere bien puedes dejarme aquí tu precioso email y estar al tanto de lo que se cuece en la marmita (e incluso llevarte un regalo por tu cara bonita).